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Prototipo del proyecto Tronador II en el interior de un hangar del Puerto Espacial de Punta Indio, en Argentina [Casa Rosada]
La Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE) quedó constituida en septiembre de 2021, durante la VI Cumbre de la CELAC, con la participación de siete países: Argentina, México, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Honduras y Costa Rica (más Colombia y Perú como observadores). La ausencia de Brasil y el impulso conjunto de México y Argentina parecen denotar algunos condicionantes políticos que otras veces han interferido en procesos de integración regional. De todos modos, con un horizonte ambicioso –exploración y explotación de la Luna y otros cuerpos celestes–, los pasos inmediatos son suficientemente modestos, por realismo presupuestario: poner en órbita un nanosatélite este mismo año.
El proyecto lo promovieron México y Argentina en octubre de 2020, invitando a sus vecinos continentales a la firma de la “Declaración sobre la constitución del mecanismo regional de cooperación en el ámbito espacial”. La iniciativa se presentó públicamente al mes siguiente y finalmente el 18 de septiembre de 2021 se firmó el Convenio Constitutivo de la ALCE en el marco de la VI Cumbre de jefes de Estado y Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada en Ciudad de México. La agencia nació “como un organismo internacional encargado de coordinar las actividades de cooperación en el ámbito espacial de los países latinoamericanos y caribeños, para el uso y exploración pacífica del espacio ultraterrestre, la Luna y otros cuerpos celestes”, según comunicó el Gobierno argentino.
No surge para suplantar las posibles iniciativas nacionales, sino para aprovechar las sinergias conjuntas: mayor presupuesto, reparto de costes, intercambio de tecnología... Así, el modelo a seguir no es tanto la NASA como la Agencia Europea del Espacio (ESA por sus siglas en inglés), que no anula los proyectos nacionales, sino que a partir de la cooperación apuesta por metas más ambiciosas. El Gobierno de México lo ha presentado como “un modelo de cooperación regional”. Los detalles de la iniciativa aún no se han concretado, así que sigue sin conocerse, entre otros aspectos, qué aportaciones económicas realizarán los países y dónde estará la sede de la agencia. Esta no cuenta de momento con página web propia o logotipo.
La idea se venía madurando desde tiempo atrás. Ya fue lanzada en la Cumbre Espacial de las Américas de 2006 y desde entonces la carrera internacional abierta con ocasión de la nueva era espacial no ha hecho sino imprimir urgencia: Latinoamérica no debiera quedarse atrás en un momento en que no solo ya las grandes potencias se lanzan al aprovechamiento del espacio, sino que también lo hacen países de peso intermedio y numerosas empresas privadas, que ven en el nuevo horizonte motivo de negocio y de desarrollo tecnológico.
Dado que las posibilidades presupuestarias de cada país latinoamericano, incluso de los de mayor tamaño, son limitadas –y más en un momento internacional de dificultades económicas–, la creación de la ALCE cobra un especial sentido. Previamente ha habido alguna cooperación bilateral, como la mantenida por Brasil y Argentina en el lanzamiento de satélites de observación marítima, o la disposición de Bolivia a compartir con la Agencia Espacial de Paraguay, de reciente creación, imágenes de alta definición provenientes de su satélite de observación. Ahora la región se abre a la posibilidad de la cooperación multilateral.
Los recursos destinados al espacio por parte de los países latinoamericanos han sido en general reducidos. El mayor presupuesto hasta la fecha de quienes integran la ALCE ha sido el de Argentina, con 81,5 millones de dólares; la Agencia Mexicana del Espacio, del otro gran impulsor de la iniciativa, solo cuenta con 3 millones. De forma que sumando las aportaciones que se venían realizando a nivel nacional se llega únicamente a un conjunto de 100 millones de dólares (Quito cerró su Instituto Espacial Ecuatoriano en 2018, tras una inversión media anual, en sus seis años de funcionamiento, de 6 millones de dólares).
La cantidad apuntada es muy reducida si se compara con los 18.500 millones de dólares de que dispone la NASA, los 5.600 millones de la rusa Roscosmos o los 5.500 millones de la ESA. No obstante, los objetivos inmediatos de la ALCE son realistas. El propósito para este año es el lanzamiento de un nanosatélite con la misión de rastrear océanos y plantaciones agrícolas. Como siguiente paso, mientras que los países participantes ultiman su Agenda Espacial 2030, está la puesta en órbita de una constelación de nanosatélices de diverso uso.
Es importante mencionar que, además de la aportación económica de los estados miembros, la ALCE aspira también a contar con la participación de inversionistas privados. De hecho, las iniciativas civiles no gubernamentales van a tener un notable protagonismo en la nueva era espacial, como se está viendo en EEUU con los desarrollos de Space X, Blue Origin o Boeing. A una menor escala, compañías como la argentina Skyloom, que busca lanzar una red de satélites con enlace láser, y la puertorriqueña Instarz, que ha diseñado un ecosistema lunar totalmente equipado para que los astronautas puedan vivir y trabajar en la Luna al menos por un año, están logrando también abrirse en el mercado.
Ausencia de Brasil
La cifra de gasto nacional conjunto latinoamericano en cuestiones espaciales antes mencionada se vería más que doblada si se tuviera en cuenta la inversión que en este campo realiza Brasil. No obstante, el mayor país de la región, que además cuenta con la industria aeronáutica más desarrollada, no ha querido sumarse al proyecto. Presentado en el marco de la CELAC, foro en el que los últimos años no participa Brasil por decisión del Gobierno de Jair Bolsonaro, el proyecto no supone de momento para Brasilia suficiente atractivo; Brasil piensa que puede obtener mayores ventajas manteniéndose al margen, buscando algún tipo de colaboración directa con Estados Unidos. Su ausencia de la CELAC, en todo caso, es ideológica y Brasil podría integrarse de nuevo en esa organización tras un cambio de gobierno; por otra parte, también cabe una participación brasileña en la ALCE, que se supone que estará regida por criterios técnicos, sin necesidad de una comunión política con la CELAC.
La no integración de Brasil en la ALCE es un elemento significativo, que puede restar posibilidades al proyecto. Brasil es el país de la región con mayor implicación en este sector, como claramente indica el número de artefactos propios lanzados al espacio exterior, aunque las cifras varían según las fuentes, pues algunos de los lanzamientos que hacen los países, normalmente encargados a otros, no son comunicados a la comunidad internacional (la mitad de los países latinoamericanos no pertenecen a la Comisión para el Uso Pacífico del Espacio Ultraterrestre o COPUOS).
De los 31 satélites convencionales puestos en órbita hasta la fecha por los países latinoamericanos e indexados por Naciones Unidas, 14 corresponden a Brasil (45,1%) y 6 a Argentina (19,3%). Estos porcentajes se reducen si se tienen en cuenta todos los objetos lanzados al espacio exterior, pues de los 113 objetos totales, 37 pertenecen a Brasil (32,7%) y 17 a Argentina (15%) –en este último baremo, México empata con Argentina, mientras que Uruguay les supera tras haber comenzado a destacarse en el campo de los nanosatélites–, pero la posición preeminente brasileña es igualmente patente.
Con todo, a pesar de disponer de bases de lanzamiento, singularmente la de Alcántara (también cuenta con la de Barrera del Infierno), Brasil ha necesitado la mayor parte de las veces de las agencias espaciales de otros países para la puesta en órbita de esos objetos. Esto último ha ocurrido con el resto de los países latinoamericanos, que han tenido que acudir a medios e instalaciones de Rusia, China, EEUU o de la vecina Guayana francesa, donde opera la ESA.
La ubicación geográfica en el ecuador o en su proximidad, no obstante, constituye una ventaja para varios países de la región, que con la inversión necesaria podrían apostar por convertirse en efectivos centros de lanzamiento. El área tropical supone una mejor ubicación que los emplazamientos que EEUU utiliza para sus operaciones espaciales.
Entente México-Argentina
La ausencia de Brasil en la puesta en marcha de la ALCE puede incentivar el esfuerzo argentino. Desde el comienzo de la carrera espacial Argentina quiso tener un aventajado posicionamiento. Solo cinco meses después de que EEUU colocara los primeros hombres en la Luna, en 1969, los argentinos se convirtieron en la cuarta nación en lograr lanzar al espacio un ser vivo (el mono Juan), después de hacerlo la URSS, EEUU y Francia. Otros desarrollos fueron el proyecto misilístico Cóndor II o el más reciente proyecto Tronador de cohete sonda, que busca colocar en órbita satélites de hasta 750 kilos y que se está probando en el centro de lanzamiento de Punta Indio (mientras se aborda la construcción de un futuro puerto espacial en la base naval Puerto Belgrano). El programa Tronador nace de la colaboración de la agencia estatal argentina, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), con instituciones de investigación científica del país.
Si en la primera era espacial Argentina miraba de reojo a Brasil, en un momento de especial rivalidad entre ambos vecinos, luego se han generado también ocasiones de cooperación entre los dos, como el proyecto de mega telescopio LLAMA (Large Latin American Millimetre Array) y el de los statélites de observación marítima SABIA-Mar.
Se trata de iniciativas que encajan perfectamente en el tipo de programas que deberá llevar a cabo la ALCE. Según especifica Argentina en el comunicado de creación de esta agencia regional, entre las actividades que se prevén comenzar a impulsar “destaca la necesidad de generar información espacial relacionada con el cambio climático y coordinar esfuerzos para la gestión de emergencias ambientales”. Así, se espera desarrollar “un sistema de alerta temprana para la prevención de desastres causados por fenómenos naturales y antrópicos, a partir del intercambio de datos satelitales y la adopción de metodologías y herramientas comunes que puedan ser empleadas en la región”.
El compromiso adquirido entre Argentina y México para promover la ALCE responde a un momento de alineamiento político entre ambas naciones (entre los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández), decididas a impulsar la CELAC y otras iniciativas de integración regional. La colaboración entre el segundo y el tercer mayor país de Latinoamérica es absolutamente necesaria, al no implicarse Brasil, para que un proyecto de este tipo tenga viabilidad. Pero al mismo tiempo, la ausencia brasileña y la entente mexicano-argentina siguen un juego político que no constituye el mejor augurio para la ALCE.