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Alejandro Llano and Rafael Alvira or Humanism in the business

5/10/2024

Published in

Expansion

Guido Stein

Professor at IESE. University Secretary of the University (1992-2003)

Quién mejor que un catedrático de metafísica para animar a capitanes de empresa y a la alta dirección a abrir la puerta de sus organizaciones al humanismo que caracteriza la mejor versión de los seres humanos que trabajan en ellas? Nada es más práctico que una buena teoría, ni más banal que un practicismo de convicciones huecas.

A mediados de los 80 del siglo pasado, un puñado de profesores de la Universidad de Navarra bajo el liderazgo del profesor Alejandro Llano, repentinamente fallecido este 2 de octubre, junto a su colega Rafael Alvira, también desaparecido en primavera, ambos octogenarios, (que en la nueva longevidad es ser yold, young and old), iniciaban una aventura innovadora por creativa y rompedora: el Seminario Permanente Empresa y Humanismo, del que tuve la fortuna de ser el Secretario General durante años.

El objetivo era sencillo, a la vez que sumamente ambicioso: poner sobre el tapete de las ideas y de las acciones una obviedad que pasaba operativamente inadvertida, como ocurre a menudo con lo obvio: las empresas de carácter económico, (y, por extensión, cualquier organización) para llegar a desarrollarse con la excelencia a la que han de aspirar, y de este modo contribuir a fomentar la sociedad de la que nacen y viven, han de fomentar su identidad más íntima, en la que siempre se hallan las personas. Liderar va de dirigir personas y su trabajo.

La exigencia de aquel ahora no difiere mucho del dilema al que nos vemos abocados en nuestro ahora: o recuperamos una ecología del ser humano, en la que insiste Luisa González, la Presidenta de la Fundación del Colegio de Médicos de Madrid, y amiga de Alejandro Llano, basada en el humanismo perenne, y uno de cuyos hábitats, aunque no el único, es el mundo empresarial o seguiremos cavando con entusiasmo en el agujero de la creciente perplejidad: tertium non datur.

Alejandro advirtió y manifestó incansablemente que la batalla digna de ser ganada es la de las ideas, porque las ideas de cada tiempo se imponen a sus coetáneos, y en ellas y con ellas tenemos que vivir, como el cuerpo que nos ha caído en suerte. A partir de ahí decidimos y actuamos: configuran nuestro argumento existencial.

La apuesta de Llano y Alvira fue igualada e incluso superada, por la generosa ayuda de Luis María Ybarra y Oriol, un patriarca del mejor empresariado vasco, es decir, del que sabe que las empresas están para mucho más que para ganar dinero, aunque si no lo hacen ya les queda poco en lo que errar, y que eso no sólo es compatible, sino que se apoya para multiplicarse en las personas que las hacen posibles. Otros audaces en los inicios fueron Tomás Calleja, a la sazón secretario general de Iberduero y su compañero Chechu Zalbidea, Felipe Gómez Pallete, de IBM, o José Manuel Morán, de Telefónica, y otros directivos de horizontes amplios de los Bancos Bilbao y Vizcaya, Hidrola, Sevillana, El Corte Inglés, Idom, Elecnor, o Sener, a los que sumar un etcétera frondoso y variopinto.

Eran amigos que al coordinar sus voluntades libres lograron crear un caldo de cultivo fructífero, en el que prosperase una tendencia tan necesaria como efectivamente ignorada en nuestra realidad empresarial. En aquel foro nunca oí la tópica por típica afirmación de que "las personas son el activo más importante de las compañías"; por cierto, al tratarlas como "activos", entonces sí se amortizan vía despidos o prejubilaciones, con más celeridad de la que permiten las practicas contables generalmente aceptadas para los activos inertes.

De los labios de Alejandro habían aprendido que las personas, como Aquiles el ateniense de los pies ligeros, no eran un recurso, sino ricas en recursos. Para aquellos que logren ahorrarse tiempo de pantalla, les animo a que lo inviertan leyendo su libro La nueva sensibilidad, y si se envician, sigan con Humanismo cívico: les rentará.

Llano y Alvira conseguían en el ambiente suscitado por Empresa Humanismo que directivos y empresarios conversasen con filósofos, y en el que los prejuicios eran desenmascarados como algo de lo que uno está seguro aunque en realidad sea un ignorante; sin esgrimir otros intereses que el diálogo ilustrado de personas libres en busca de la verdad de las cosas que pasaban en sus empresas, para hacerlas mejores a base de humanizarlas.

En una de esas reuniones tuvimos la fortuna de escuchar a François Michelin, que desde su madurez de la madurez nos insistió, para nuestro asombro, en "l'amour de l'usine", y que inspiró el título de El afecto a la empresa, obra en la Enrique de Sendagorta, que sucedió a Luis María de Ybarra como presidente de Empresa y Humanismo, exponía, justamente, las convicciones humanas y empresariales que han hecho de Sener, Sener.

La sangre asturiana de Alejandro le dotaba de un espíritu emprendedor transatlántico que había heredado de sus padres empresarios con doble declinación mexicana y cubana, por lo que conjugaba la metafísica con las finanzas sin confundir los acentos. Fui testigo también de cómo ponía felizmente en práctica sus ideas de gestión y liderazgo durante su etapa de Rector de la Universidad de Navarra. Y de eso se benefician mis alumnos del IESE.

A los que les insisto en que interioricen la idea: "Lo que a mi jefe le gusta, a mí me fascina". Quizá ahora entiendan lo que hay detrás de la ironía, porque yo tuve la fortuna de tener un jefe fascinante.